La Economía tiene que encontrar el sitio que le corresponde entre las ciencias humanas. No conviene encerrarnos en nuestro mundo especializado y muchas veces incomprensible. Por eso pienso que la Economía no tiene por qué estar reñida con la Literatura. Tampoco tiene por qué estar enfrentada con la Historia, la Psicología, la Política, el Derecho, la Etica o la Filosofía.
Veamos un ejemplo en la siguiente cita de un cuento de Jorge Luis Borges. Escribe en “El Zahir”:“Dijo Tennyson que si pudiéramos comprender una sola flor sabríamos quiénes somos y qué es el mundo. Tal vez quiso decir que no hay hecho, por humilde que sea, que no impliqutoria universal y su infinita concatenación de efectos y causas. Tal vez quiso decir que el mundo visible se da entero en cada representación, de igual manera que la voluntad, según Schopenhauer, se da entera en cada sujeto. Los cabalistas entendieron que el hombre es un microcosmo, un simbólico espejo del universo; todo según Tennyson, lo sería.”
No he encontrado mejor descripción de la interdependencia, complementariedad y coordinación universal de todo el mundo físico y espiritual, pasado, presente y futuro en que se basa la imposibilidad de control y comprensión humana plena de la Economía. Me atrevería a decir que somos, cada uno, una eternidad que camina despistada por los caminos del hoy cotidiano sin calar en la profunda significación de cada insignificancia. Esos billones de acciones personales diarias son totalmente incognoscibles e incontrolables. Coloquialmente podíamos decir que un estornudo a destiempo de hace dos siglos cambió el rumbo de toda la historia universal futura. En Economía todo es interdependiente.
Por eso, en esta introducción, prefiero no hablar directamente de Economía, dejar a un lado el pragmatismo económico tan extendido y resaltar la conveniencia y la importancia que tienen para el crecimiento personal, la lectura y la escritura habitual. El escribir, a tiempo y a destiempo, permite desarrollar y potenciar a la vez tanto la actividad docente como la difusión de la actividad investigadora. Quizás por mi fondo optimista confío en la bondad de la difusión y transparencia masiva de las intuiciones y descubrimientos personales aunque desaparezcan de inmediato los posibles beneficios monetarios de la propiedad intelectual.
Escribiendo se consigue grabar en papel y lanzar al voleo de la comunicación una reflexión personal que puede permanecer viva en la corriente humana de la historia. Escribiendo se intenta eternizar un instante creativo, una inspiración triste, alegre o vibrante y una luz efímera del mundo de las ideas. Es un privilegio reservado sólo a la especie humana. Se escribe poco porque se lee poco y se lee poco porque se escribe todavía menos. Hay que animarse, atreverse, a escribir. Aunque sepamos que sólo lo leerán nuestros incondicionales, nuestros hijos y quizás, lo dudo, los hijos de nuestros hijos. Posiblemente muchas veces sólo nosotros leeremos esas tonterías, pero, aún así, vale la pena. Lo escrito ordena el pensamiento desordenado e incluso caótico y, a su vez, introduce un sano desorden en nuestras manías y obsesiones rígidas.
Esos instantes luminosos pero efímeros pueden aparecer en las más dispares circunstancias: en el comentario de un taxista o de un compañero de viaje en un tren de cercanías; al captar al vuelo un comentario político, económico o cultural haciendo un zapeo improvisado y repentino en el dial de la radio o en la televisión; al ojear con prisa o quizás reposadamente las páginas de opinión en un diario matutino o los comentarios a pie de página de un tratado de Economía; al recordar la crítica brillante de un alumno adelantado o el comentario zoquete de un profesor de alta alcurnia; en la confusión personal por el ridículo ante una pregunta fácil que muchas veces no supe contestar o en la silenciosa excitación que produce descubrir algo que, equivocadamente, creía que era novedoso e importante; en un embelesamiento matrimonial o tras la reflexión conciliadora después de un enfado con ella; en una crítica seria pero impertinente hecha por un mequetrefe de siete años o en un comentario casual del Premio Príncipe de Asturias… o a raíz, como así sucedió tristemente y por eso le dedico el último artículo, del fallecimiento de un ser tan querido como el padre.
Toda miscelánea es como un serpentín de chispazos intelectuales que aparecen en las más variadas circunstancias. Confío que entre tanta ceniza estéril pueda el lector encontrar en estos artículos algún chispazo monocolor del majestuoso resplandor inabarcable de la serena verdad multicolor.
No sé si leyendo y escribiendo conseguiremos aumentar la libertad institucional, pero estoy seguro que a través de la cultura, la educación, la formación y la ética conseguiremos mayor libertad personal y mejor capacidad de autodeterminación flexible. Ganaremos así en flexibilidad, tolerancia y amor a la sabiduría y a la verdad siempre nueva.
Hecha esta introducción tengo que hacer una confesión: estoy seguro que todo lo aquí escrito es copia, nada es original. Aunque tengo la concepción abierta de la propiedad intelectual que tiene Leonardo Polo según la cual la idea no es sólo de quien la descubre sino de todo aquél que es capaz de comprenderla, procuro siempre en mis escritos citar y dar pistas sobre quién me inspiró esto o aquello. Pero no puedo citar al taxista o al fontanero; a quien estornudó a destiempo hace dos siglos o al vecino del quinto; a quien inspiró un pensamiento a Carlos Marx o los que lo hicieron a Smith, Ricardo, Marshall o Menger. No puedo citar a todos. Me es imposible reseñar en unas cuantas páginas a quien redactó una noticia que leí en una esquina o al cámara que se fijó en un plano interesante del político de turno o al desconocido que seleccionó las noticias de un telediario. Repito: nada es original. Por eso ruego que todos se tengan por citados. Como estoy convencido que todo lo que escribo es copia tampoco reclamaré derechos de autor en mi caso. Personalmente prefiero que me copien. Aunque con una condición fácilmente alcanzable: que la copia mejore siempre el original en una cadena expansiva sin final.
Sin embargo también conviene decir que todo es nuevo y distinto si consideramos el tiempo y el espacio concreto de cada bombilla humana viviente que se ilumina con una idea y con diferente intensidad en cada momento especial de la vida. Como dijo Gilson “Ninguna relación inteligible entre dos términos pertenece para siempre al pasado; cada vez que se la comprende, está en el presente.” Para subrayar lo que intento ahora explicar vienen a mi memoria unos versos del poema “East Coker” de Eliot:
Dices que estoy repitiendo
algo que he dicho antes.
Lo volveré a decir.
¿Lo volveré a decir?
Puede usted adivinar leyendo estas letras lo que yo pensaba hace unos días, exactamente el 24 de Enero de 1994 a las 19 horas y seis minutos, cuando estaba gestando y escribiendo estas palabras. Pero lo que yo no sé es lo que le sugerirán a usted esas mismas letras ni tampoco puede saber usted ahora lo que pienso yo en estos momentos y en qué dirección. Todo es nuevo y nada parece viejo. Pero a su vez todo es viejo y nada parece nuevo. Incluso sobre la Economía de la que tanto se habla, no sé si por suerte o por desgracia, desde hace más de dos siglos.
Pero no todo es azar, desorden y caos. Hay un duende universal que planea sobre izquierdas y derechas; sobre modelos o teorías económicas; sobre ideologías científicas o políticas; sobre sexos, razas, edades y procedencias; atrayendo hacia sus principios mágicos a todo aquel que lo vislumbra en su solitaria intimidad. Con mi mentalidad económica profesional quisiera convertirme, a tientas y sin más pretensiones, en vocero cotidiano y tozudo de ese duende universal que atrae hacia su verdad los desarrollos de las diferentes ciencias humanas.
——-oOo——-
El contenido de estos artículos se publicaron en distintos periódicos de información y de información económica especializada, fundamentalmente Diario 16, ya desaparecido, Gaceta de los Negocios y Mediterráneo por orden cronológico inverso, salvo el último por razones obvias ya que es el dedicado a mi padre. También se incluyen y distintas comunicaciones y ponencias en algunos congresos y que son de lectura más especializada.
Quiero dar las gracias a todos los que confiaron en la viabilidad de este proyecto editorial de Misceláneas personales. También a todos los responsables de opinión de los medios en los que he publicado por tener el atrevimiento, y cometer la insensatez, de publicarlos. También a mi hijo José Juan que ordenó eficazmente todo el desorden informatizado; a Rocío como siempre, y a los innumerables que, como dije antes, debería haber citado. Y gracias en definitiva a quien, desde el principio y con potencia inusitada, infundió un soplo de espíritu y vida en los entresijos más profundos de la materia. Gracias a todos.