Nicanor Parra

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Poeta que se siente antipoeta, virtuoso del folclore chileno, artista visual, traductor circunstancial, creador de antidiscursos, profesor de física y de matemáticas, convencido ecologista y muchas cosas más es el escritor chileno Nicanor Parra. Nacido en 1914 en el pueblo de San Fabián de Alico, cerca de Chillán, en el seno de una familia estrechamente vinculada al arte popular, en especial a la canción y a la música, pasará sus primeros años en diversas poblaciones del sur de Chile hasta instalarse en Santiago para realizar estudios de física y matemáticas. Años después completará el estudio de estas disciplinas con estancias en Estados Unidos y en Inglaterra. Esta ecléctica formación que, de manera natural, vincula el folclore popular y lecturas poéticas improvisadas con la racionalidad del espíritu científico marcará una obra peculiar, inédita, inconfundible y distinta.

Con los titubeos propios de poeta principiante publicará en 1937 su primer libro de versos, Cancionero sin nombre, un «pescado de juventud» en el que las huellas del poeta granadino Federico García Lorca son más que evidentes. Casi veinte años después, y tras aparecer algunas composiciones sueltas en importantes antologías chilenas y mostrar que su idea de la poesía no se atiene a los cánones establecidos —como lo manifestó montando junto a Enrique Lihn y Alejandro Jodorowsky la poesía-muralQuebrantahuesos, elaborada con recortes de diarios—, editará un nuevo libro, Poemas y antipoemas (1954). Una nueva expresión en la poesía chilena y latinoamericana con la que Nicanor Parra se consagrará como poeta, como antipoeta, rompiendo moldes establecidos. Con un lenguaje trivial y directo, que sin embargo no pierde la esencia de lo lírico, el poeta irá marcando con un incisivo sentido del humor las grietas con las que cotidianamente se enfrenta el hombre contemporáneo.

Esta primera apuesta radical se irá reconduciendo con la entrega de otros libros en los que, si bien no se pierde la estética antipoética, el autor va ejerciendo diferentes probaturas en las que se denota la mezcla del caudal popular con su dominio de los versos tradicionalmente poéticos. Con La cueca larga (1958) demostrará su habilidad para desenvolverse entre los ritmos populares chilenos que no se libran de su estilo paródico con la finalidad de reivindicar la tradición oral. Ironía y parodia a partes iguales emergen en Versos de salón (1962) donde el endecasílabo, verso culto por excelencia, sirve para señalar la caricatura de la poesía: el poeta se enfrenta a la concepción orgánica del poema e incluso del concepto de libro.

La década de los sesenta se cerrará con la publicación de Canciones rusas(1967) y la edición de Obra gruesa en 1969, año en el que obtiene el Premio Nacional de Literatura. Si en Canciones rusas, inspirado en su estancia en la Unión Soviética en 1963, Nicanor Parra abre sus versos a la soledad, a la vulnerabilidad, en su Obra gruesa reunirá su obra poética desde Poemas y antipoemas con la inclusión de inéditos. La reunión de sus composiciones enObra gruesa debe entenderse como el final de una etapa, de una forma de entender lo poético que tendrá su diversificación y renovadas propuestas con la llegada de los Artefactos (1972).

La publicación de Artefactos supone un paso más en la ruptura de los cánones poéticos. Las composiciones que conforman la obra son el resultado de la explosión del antipoema; como explicara el autor, «Los antipoemas estaban cargados de pathos y tenían que reventar», y lo hicieron en forma de tarjetas postales sin numerar presentadas en una caja de cartón y en donde se combinan códigos lingüísticos con visuales. Una propuesta estética que se enriquecerá con otras manifestaciones: sus «news from nowhere» (1975), la publicación en 1983 de Chistes par(r)a desorientar a la (policía) poesía —tarjetas ilustradas por diversos artistas en las que el chiste (como el artefacto), reelabora refranes, aforismos, sentencias, epigramas, eslóganes o titulares de periódico. Un nuevo paso, el de los chistes, hasta llegar a sus «trabajos prácticos» y a sus «artefactos visuales». Un conjunto de trabajos que serían expuestos durante el año 2001 en las ciudades de Santiago de Chile y Madrid.

La visualidad de lo poético, sin embargo, no ha acaparado totalmente la obra de Nicanor Parra sino que, a partir de los años setenta, se enriquecerá con la publicación de Sermones y prédicas del Cristo de Elqui (1976), Nuevos sermones y prédicas del Cristo de Elqui (1979) y en el 2007 con La vuelta del Cristo de Elqui. A partir de un personaje real, el poeta aprovechará la máscara para presentarnos un profeta alucinado y vagabundo, un desheredado que anuncia nuevos evangelios con el objeto de crear un discurso de crítica desgarrado y cruel sobre nuestro mundo.

Esta impostura ante el mundo se reafirmará con sus «discursos», que comenzaron con el dedicado a Pablo Neruda, en 1962, cuando éste se incorporó como miembro académico de la Facultad de Filosofía y Educación de la Universidad de Chile, y que se han enriquecido notablemente en las últimas décadas, casi siempre a propósito de algún homenaje al antipoeta. Muestra de ello son «Mai mai peñi. Discurso de Guadalajara» (Premio Juan Rulfo, 1991); «Happy Birthday» (homenaje al natalicio de Shakespeare, 1993); «Discurso de la Alameda» (con motivo del homenaje por sus ochenta años, 1994); «Also Sprach Altazor» (Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, 1995; Cartagena, 1993); «Discurso del Bío-Bío» (Universidad de Concepción, Chile, 1996); «Aunque no vengo preparrado» (Universidad Austral, 1997) o «No me explicoSr. Rector» (Universidad de Chile, 1999). Estas muestras alternativas de la literatura fueron recogidas en Discursos de sobremesa, editado en 2006.

En algunos de estos discursos, como el ya citado «Mai Mai Peñi» o en «Aunque no vengo preparrado», el escritor denunciará los crímenes ecológicos y su acusación se convertirá en una seria apuesta que ya empezó a despuntar en algunos poemas de Sermones y prédicas del Cristo de Elqui y que persistirá en sus Ecopoemas (1982); también en su adhesión a la «Propuesta de Daimiel», manifiesto de principios promulgado por el valenciano Joseph Vicent Marqués en 1978; o en la participación en Pichanga: profecías a falta de ecuaciones (1992), un proyecto en el que Parra colaborará con el grupo de rock Congreso, que puso música a algunos ecopoemas con el fin de colaborar en la campaña internacional a favor de los derechos del niño.

Esta incesante actividad de francotirador, de negador de lo establecido, de impenitente crítico de dogmas religiosos o políticos, no ha sido óbice para que haya tenido los más altos reconocimientos en su país (Premio Municipal de Santiago, por Cancionero sin nombre [1938]; Premio del Concurso Nacional de Poesía. Sindicato de Escritores de Chile [1954]; Premio Nacional de Literatura [1969]; doctor honoris causa de la Universidad de Concepción, Chile [1996]; Premio Luis Oyarzún, Universidad Austral de Chile [1997]; doctor honoris causa, Universidad del Bío-Bío, Chile [2000]; Premio Bicentenario, Corporación Cultural de Chile y Universidad de Chile [2001], entre otros), pero también fuera de sus fronteras (Premio Richard Wilbur. Asociación Americana de Traductores [ ALTA] [1985]; doctor honoris causa, Universidad de Brown, Estados Unidos [1991]; Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo [1991]; Honory Fellow, College Saint Catherine, Universidad de Oxford, Inglaterra [2000]; Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, etc.). A estos reconocimientos habría que añadir las continuas postulaciones al Premio Nobel que se han llevado a cabo desde diversas geografías y organismos académicos para encumbrar definitivamente a este activista de la literatura.

Tal vez podríamos terminar estas palabras, que marcan un perfil biográfico, diciendo que lo importante y lo decisivo de la obra de Nicanor Parra no sólo ha sido lo que ha querido decir, sino, y quizás lo más concluyente, lo que ha querido hacer.

Fuente: Centro Virtual Cervantes

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